Oración Preparatoria
Señor, Jesús : para unirnos con Vos, en la Vía Dolorosa, no basta remontar el curso de los siglos; y revivir vuestros
sufrimientos con la memoria y la imaginación. Tal modo de proceder correría el peligro de no despertar más que
estériles lamentos, y melancólicos recuerdos; pues, muchas veces, la compasión retrospectiva es una pura evasión
de las duras realidades presentes.
Para unirnos a Vos no es preciso pensar en Vos como el más grande los muertos del pasado; sino como el más vivo
de los hombres de nuestro tiempo, que no habéis terminado todavía de sufrir, cuya agonía hasta el fin del mundo; y que
perpetuáis vuestra pasión en el más pequeño de vuestros hermanos perseguidos.
Nosotros pues, buen Jesús, queremos seguir este Vía Crucis, como miembros de vuestro cuerpo místico y añadir lo que
faltaba a vuestros sufrimientos.
‘Adorémoste Cristo y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste al mundo’.


Primera Estación: Jesús es condenado a muerte

Condenan al Justo no porque sea culpable sino porque es una molestia para todo el mundo.
Os rogamos Señor:
Por todos ese justos que son una molestia para el Cesar, a quienes el César ha condenado; por vuestro obispo y
sacerdotes de ‘tras el telón de acero y del de caña’, y por vuestros humildes fieles de las prisiones de China.
Por todos esos pequeños seres indefensos que son asesinados, aún antes de haber llegado a ver la luz del día porque su
presencia sería un estorbo para la vida cómodo y honrosa.
Por los desgraciados que se ven abocados al suicido, a los que se condena a una muerte lenta en la miseria; porque impiden
al mundo egoísta sentirse a gusto en sus comodidades, sin remordimientos en sus vicios.
Os rogamos en particular por las heroicas víctimas de las democracias populares; ellos sufren, como Vos, en los calabozos,
la angustia de las noches de espera, entrecortada por la tortura de farisaicos interrogatorios; ellos como Vos, se ven
entregados al griterío desencadenado de las turbas, y a los golpes de los esclavos del invasor, para ser finalmente, como Vos,
las víctimas inocentes de un proceso, apresuradamente fallado por cualquier Poncio Pilato.
¡Oh Jesús! Acoged en vuestro reino, que no es de este mundo, a los que la injusticia de los hombres a proscrito de los reinos
de la tierra.


Segunda Estación: Jesús carga con su Cruz a cuestas

Jesús, sin rencor y sin ostentación, carga sobre sus espaldas el leño de su sacrificio.
Señor, os rogamos:
Por todos los que toman con resolución su cruz y os siguen:
Por los padres y madres de familia numerosa, y de modestos recursos, que aceptan con alegría las responsabilidades y la
carga de la existencia cotidiana.
Por las chicas que han quedado solteras, a fin de cuidar a un hermano enfermo o a un anciano padre abandonado, sabiendo
que deberán soportar el peso de la ironía del mundo.
Por ese misionero que, deshecho por el calor, continúa penosamente su marcha a través de los altos espinos, para llevar
vuestro Cuerpo y vuestro perdón a una anciana que se está muriendo.
Por todos los que sienten pesar sobre sí la maledicencia, la calumnia y la mentira.
Por todos aquellos y aquellas que, en un arranque de fervor divino, consagran su existencia al cuidado de huérfanos, de los
locos, de los lisiados, de todo el desecho de la humanidad.
Por aquellos de quienes el mundo se ríe y los espíritus fuertes se burlan, porque tienen la valentía de sonreir a través de sus
lágrimas.
Aumentad, Señor, la fe de todos los que, a pesar de sus espaldas adoloridas, se obstinan en creer que vuestro yugo es
suave y vuestra carga ligera.


Tercera Estación: Jesús cae por primera vez

La Cruz es demasiado pesada para cargarla de un golpe, y Dios se doblega sobre el pavimento.
Devolved, Señor, la fuerza física a todos los que se tambalean bajo los golpes:
A la obrera que pronto va a ser madre y no puede permitirse el lujo de quedarse en casa, sino que tiene que soportar el
vértigo de esta máquina que no se detiene jamás.
Al sacerdote, aturdido por ocho horas de confesionario, por la repetición monótona de pecados siempre iguales, envueltos
en bocanadas de aliento repugnante, y ese zumbido fatigante en la penumbra, que se reanima para comprenderlo todo y
perdonarlo todo.
Al minero que siente que si eso continúa, no podrá resistir más tiempo, sus pulmones se van en pedazos y es preciso que
aguante hasta el final, todavía unos meses, para poder acogerse a la jubilación.
A la mujer, a quién su marido golpea cuando vuelve embriagado, y cuyos nervios flaquean y va a volverse loca, pero que es
muy necesaria, Señor, es preciso que se arrastre todavía un poco para salvar a sus hijos.
Jesús no te pedimos la insolente buena salud de los bien alimentados, dadnos solamente la ayuda necesaria para que,
después de cada desfallecimiento, podamos de nuevo ponernos en pie en vuestro seguimiento.


Cuarta Estación: Jesús encuentra a su Madre

Nuestra Señora de los Dolores contempla el desastre con ojos desolados.
Santa Madre de los hombres: Ayuda a las madres en su calvario.
A las que se enteran de que su hijo vierte su sangre en el campo de batalla, o en un campo de concentración.
A aquella que no tiene en regla los papeles del Seguro y ve cerrarse las puertas de los hospitales y …, es su hijita la que
va a morir.
A aquellas que, sin poder intervenir, ven a sus hijos entregados a todos los poderes del mal.
A aquellas que se tienen en pie, temblorosas, a las puertas del tribunal, para ver por última vez al acusado que desciende
del carro patrullero.
A aquellas que han visto a su hija traicionada por el beso de un falso amigo, y entregada a las burlas de sus vecinos.
A aquellas a quienes un empleado de la Asistencia Pública maltrata y gruñe, porque pretende que sus hijos se mueren
de hambre, y hoy en día todo el mundo sabe que estas cosas ya no existen en nuestro tiempo, ¿no es verdad?
A esa madre cuyo hijo mayor quiere seguir al vuestro en sacrificio y en su sacerdocio, y que no se resigna a dejarlo partir.
Santa María de la Vía Dolorosa, que por Vos, todas las madres del mundo sean benditas en el fruto de sus entrañas.


Quinta Estación: El Cirineo ayuda a Jesús

Simón no tiene nada que ver en este asunto; no quiere mezclarse en complicaciones. Y como si lo hicieran a propósito,
precisamente a él le obligan a ayudar al Salvador.
Iluminad, Señor, el alma:
De todos los pobres que llevan un pedazo de vuestra Cruz sin saberlo, sin quererlo y sin mirarte.
De todos los que se rebelan y quieren arrojarla.
De todos los que se resignan sin alegría y esperanza.
De la mujer que creía haber terminado con su faena, y he aquí que la llaman para ayudar a su vecina, que se ha sentido
mal de repente.
De los obreros que, después de sus ocho horas de duro trabajo, tienen que soportar el monólogo del ‘camarada’, que les
obliga a seguir un curso de educación política.
Del médico, que se levanta a media noche rezongando, porque le llaman a la cabecera de un enfermo, que bien podría
esperar hasta la mañana.
Y de todos los que no acaban de quejarse de la carga de la existencia.
Señor, Pedro había prometido correr vuestra suerte; juan deseaba beber vuestro cáliz; Tomás quería morir con Vos.
Pero ahora no están aquí. Es preciso que os contentéis con el primero que se presente, con cualquiera que, como yo,
no desea más que una vida tranquila.
Señor, conducidme al heroísmo y enseñadme a daros las gracias!


Sexta Estación: La Verónica limpia el rostro a Jesús

Verónica, valiente y compasiva, que disteis una lección a los cobardes, gracias por tu audacia, y por haberle devuelto
a Dios su figura humana.
Fortificad, Señor, a los que desafían el respeto humano y las risas de la gente:
Al soldado que, en el cuartel, reza sus oraciones, antes de acostarse.
Al joven que llega al entrenamiento bajo las burlas de sus amigos, porque ha asistido a la misa dominical.
Al señor que se mete en la cola de pecadores ante el confesionario.
A la joven que, en el bus, se atreve a plantar cara a un grupo de trabajadores, de mirada sensual y labios cargados de
obscenidades.
Al sacerdote que no se averguenza de su sotana, y a la monjita que no se ruboriza de su hábito.
Al abogado que rehúsa defender una causa injusta.
Ayúdanos también, a descubrir vuestra Faz a través de ese velo de sangre y salivazos que lo recubre; y que al limpiar
el sudor de los enfermos, al borrar la deformidad de los rostros tarados, al arrancar todas las máscaras del miedo,
del odio y del pecado…., devolvamos a los hombres tu Figura Divina.


Séptima Estación: Jesús cae por segunda vez

No son los músculos los que ahora se aflojan, es el valor lo que flaquea en un instante, como ayer en el huerto de la
agonía, porque el deber es demasiado duro.
Caído en el polvo, Señor, acordaos, con misericordia, de aquellos y aquellas que sucumben bajo el peso del dolor moral:
De la empleada que ha resistido durante meses enteros, y que en un momento de desaliento, cede a las solicitudes de
su amo.
Del desesperado que no encuentra trabajo y a quien atrae lel agua del río, o la copa de veneno.
Del joven, cuya generosidad tenéis bien conocida, pero que, arrebatado por el torbellino de la tentación, cae desanimado,
obsesionado, después de horas de lucha.
Del viejecito que, cansado de la monotonía del asilo, duerme su embriaguez en el jardín público.
Del muchacho que, harto de golpes y de hambre, se decide a robar los escaparates y vitrinas.
De todos aquellos a quienes una escrupulosa honestidad no ha producido más que sinsabores, y se deslizan ahora hacia
los compromisos fáciles.
¡Que no se hundan, Señor!
¡Que se levanten!, como vos, sobre las manos primero, de rodillas, después; y que se unan a vuestro paso tambaleante.


Octava Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén

“No lloreís por mí, llorad más bien por vosotros y vuestros hijos”.
Señor, tened piedad de nuestra falsa piedad:
De los padres que se lamentan porque su hijo está en cama con gripe, pero no se inquietan de que ande con malas
compañías.
De los egoístas sentimentales que acuden al veterinario con el perro, y no tienen ni un gesto compasivo con la criada y el
empleado.
De las señoras que con lágrimas hipócritas deploran la perversión del mundo en general, y olvidan la estéril sequedad de
sus almas en particular, y de su lengua viperina en especial.
De toda esa caridad oficial y filantrópica que se deleita en su genio de organización y se pudre en la ausencia total de vida
profunda.
De esos lloriqueos románticos ante los héroes de las novelas, que no esconden más que los locos deseos de huir de la propia
mediocridad y egoísmo.
De los rostros escandalizados, después de la ávida lectura de la crónica de sucesos, pero que encubren secretas
complacencias por lo sangriento y lo horrible, y de esa piadosa palabrería sobre las desgracias de los demás, y que no hace
más que traicionar el miedo de que vengan sobre nosotros.
Haced que lloremos nuestras faltas, ya que son las verdaderas, las únicas heridas.


Novena Estación: Jesús cae por tercera vez

Esa piedra que os derriba en tierra, Jesús, es la piedra del escándalo de que nos hablasteis, es la piedra que se mete
disimuladamente bajo los que miran al cielo.
Por vuestra caída, Señor, tened piedad de todos los que tropiezan arrastrados por las culpas de los demás y su mal ejemplo:
De los cristianos que ya no van a la iglesia, porque un sacerdote no ha sabido mantener a la altura que le exigía su vocación.
Del muchacho inocente a quién un mal amigo acaba de prestar una revista obscena.
De la criada, cuya patrona comulga todos los días, y la hace trabajar toda la mañana del domingo, ‘porque ahora ya hay misas por la tarde’.
Y de la masa inmensa, que no conoce el cristianismo más que por la caricatura que nosotros le ofrecemos.
Señor, si nuestra mano es para nosotros o para los demás motivo de escándalo, danos fuerza para cortarla.
Si nuestro ojo es para nosotros o para los demás motivo de caída, danos la fuerza de seguir vuestro consejo y arrancarlo.
Y hacednos comprender que es mejor ser tuerto o manco, que escandalizar a uno de vuestros pequeños.


Décima Estación: Jesús, despojado de sus vestidos

Esa bella túnica, sin costura, es ahora un harapo pegajoso de sudor y de sangre, que os arrancan sin miramientos.
Tened piedad, Señor:
De vuestros sacerdotes y religiosas que rasgan los hábitos.
Del operado que ve abiertas las vestiduras de su carne.
Del accidentado al que una enfermera, sobrecargada de trabajo, reabre la herida en una cura apresurada.
Y de ese obrero de fundición que acaba de ser abrasado y siente marchar su piel en pedazos.
Tened piedad también: de todas aquellas que se venden al mejor postor, con sonrisas sin alegría.
De todos nosotros que gritamos de dolor, porque hay que arrancar ese vestido de pasiones, que forma un cuerpo con nosotros.
Y sed compasivo con esa mujer que no se ha casado por la Iglesia, porque no tenía nada que ponerse encima.
¡Oh Jesús, desnudo a la hora de vuestra boda con el género humano!


Décima Primera Estación: Clavan a Jesús en la Cruz

¡Sería tan sencillo acabar de un hachazo, o pender de una horca! Pero tenéis que saborear inmóvil, lentamente vuestra agonía.
Contemplad, Señor, a todos los moribundos que no acaban de morir, a todos esos jadeos roncos de los heridos en la línea de fuego.
Esos hipos incesantes y esas respiraciones difíciles, en las camas de los hospitales.
Esos mineros sepultados en su galería y que esperan la llegada de los salvadores o la del óxido de carbono.
Esos leprosos que van acabando en jirones un poco cada día.
Esos tuberculosos, más pálidos que sus almohadas, que se consumen lentamente, interminablemente.
Ese niño sediento que, como Vos, pide de beber, y cuya fiebre abrasadora sólo puede ser calmada con la irrisoria caricia de una
esponja húmeda.
Y ese paralítico, clavado en un sillón, reducido a la inmovilidad hasta en los músculos de su cara, y a quien no le queda para extinguirse
más que la chispita de los ojos, y los latidos del corazón, que se obstina en seguir viviendo.
Que todos ellos puedan muy pronto decir con Vos: que todo está terminado; y poner sus almas en las manos de Dios.


Décimo Segunda Estación: Jesús muere en la Cruz

Bruscamente, y todo se acabó; sobre la Cruz sólo pende un cadáver.
Señor, os rogamos recibáis con Vos los casi 200.000 hombres que mueren cada día.
¡Sed misericordioso! : con aquellos a quienes sus allegados parten para dejarles morir solos en el abandono.
Con los que se hunden en la soledad, mientras suspiran: ‘Dios mío, ¿Por qué me has desamparado?
Con los que, como Vos, son prematuramente segados en el pleno vigor de la vida, en el momento en que tanta necesidad se tenía todavía de ellos.
Con los que, como el buen ladrón, han dado en el umbral de la eternidad, el primer paso hacia vuestro amor.
Con los que, como con el otro ladrón, no comprenden nada de lo que les pasa, y desaparecen en un grito de rebelión.
Con los que se procuran la muerte, y con los que la muerte arrebata, como un ladrón, sin ellos darse cuenta.
Por todas partes, allí donde sufre y muere un hombre, sois Vos quien sufre y muere.
El mundo es un inmenso Gólgota de millones de sufrimientos; que no sean inútiles, ¡Oh Jesús!
Asociados a los vuestros, haced de todos esos moribundos, millares de redentores.


Décima Tercera Estación: El descenso de la Cruz

Jesús en brazos de su Madre: María acuna por última vez, en su regazo a Aquel que ella ha dado a los hombres,
y los hombres le devuelven después de haberlo destrozado.
¡Virgen María! Interceded por todos aquellos que el mundo devuelven a sus padres, en estado de cadáveres.
Por esa niñita, de cinco meses, muerta en el hospital, a consecuencia de malos cuidados.
Por los padres que, en la sala de espera de la clínica, se enteran de que la operación de hijo único ha fracasado.
Por las madres que no pueden, siquiera, por última vez, apretar contra su pecho el cuerpo del hijo, que ha muerto lejos de ellas.
Y por todas las madres del mundo que tienen la desgracia de sobrevivir a sus hijos.
Que con vuestra ayuda, oh María, obtengan la fuerza para continuar viviendo para los hijos de los demás. ?


Décima Cuarta estación: Jesús en el sepulcro

Jesús, vuestra cruz nos hablaba de amor; esta habitación fría y muda, cavada en la roca nos habla de la esperanza.
Vuestro cuerpo reposa ahí, unido a vuestra persona divina que o preserva de la corrupción,
para despertarlo muy pronto a la gloria de la resurrección.
Tened cuidado, Señor: De todos los pobres despojos humanos, que no han tenido un entierro religioso.
De los que se descomponen en un rincón perdido de la selva, o bajo los escombros de una ciudad destruída.
De los que destrozan en las mesas de disección.
De los que son despedazados por una explosión y no tienen sepultura.
De los que se queman y cuyas cenizas son esparcidas por el viento.
De los que son arrojados a la fosa común.
De los que yacen olvidados de los suyos todo el año, menos para el vano homenaje de los rezos de noviembre.
Y con todo, Señor, no queréis que terminemos esta Vía Crucis, con esta nota de amargura que acompaña las separaciones; sino que con
sentimiento de confianza, que espera y prepara los encuentros definitivos.
Delante de vuestro cuerpo inerte, que muy pronto va a atravesar la piedra para revivir por siempre jamás, nosotros creemos, que un día
todos los que han conocido la muerte con Vos, resucitarán corporalmente a una eternidad feliz.
Creemos en vuestra presencia activa, en esas tumbas tristes y frías que son, con demasiada frecuencia, los corazones de los hombres,
que os mantienen alejado bajo la losa de sus faltas.


ORACION FINAL

Señor Jesús, que habéis derramado toda vuestra sangre para que circule por nuestras venas; y habéis muerto en la cruz para
revivir en nosotros; os pedimos humildemente, que no lleguemos a ser nosotros, vuestros fieles, una tumba, donde los que nos
rodean no acaben de adivinar vuestra presencia.
Removed esa piedra que recubre a tantas almas como hicisteis saltar en otro tiempo la losa de vuestro sepulcro.
Señor de la muerte, triunfad en nosotros de los poderes de la muerte.
REY DE LA VIDA, haced que entreguemos gustosamente la nuestra, para que vivan nuestros
hermanos; ya que no existe un amor más grande, que el “dar la vida por los demás”. Amén.

Jorge Isaac Cazorla


Copyright © 1999 Jorge Isaac Cazorla

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